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Intemperie

Caratula de "Out in the Open" (2019) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

Son los años inmediatamente posteriores a la guerra civil, cuando la miseria más acuciante asola, como a otros tantos lugares, el altiplano del norte de Granada, en la zona más agreste y desértica. Entre las familias que habitan en lúgubres cuevas, en la más absoluta indigencia, viven unos padres que no han sabido o no han podido proteger a su hijo y se lo han entregado al capataz, un auténtico tirano de la zona, para que viva con él, como un objeto de su posesión. Pero el niño huye de la casa, llevándose una cierta cantidad de dinero y el reloj de oro del amo. Este, decidido a todo por encontrarlo, organiza su búsqueda, pero les da a sus sicarios una orden contundente: “Lo quiero vivo y sin un solo arañazo”.

Zambrano ha filmado Intemperie como si fuera un clásico western del Oeste americano. Pero la forma, en este caso, tiene carácter simbólico, porque no son pistoleros los que se enfrentan, sino unos malvados que parecen sentirse poderosos a la sombra del villano jefe y así pueden dar rienda suelta a todos sus malos instintos. Frente a ellos, solo un niño, que el azar ha querido que tope con un buen hombre, un pastor, que lleva el alma llena de cicatrices y que, a fuerza de heridas, ha aprendido lo que es esencial para un hombre: “Tienes toda la vida por delante, niño, no la malgastes odiando”, le enseña mientras no tienen más remedio que utilizar también ellos la violencia.

Es la injusticia de este mundo cuando los poderosos pisotean sin compasión a los más débiles por mantener ellos sus caprichos o prebendas. Por eso las escenas de tiroteos y la violencia de algunas escenas no tienen el carácter épico de un western, sino la miserable crueldad de los mediocres, que disfrutan haciendo el mal; y, frente a ellos, los pobres desvalidos que solo intentan sobrevivir.

En contraste con la maldad del villano y sus sicarios, la sabiduría y la bondad del “moro”. Frente a la sangre y la violencia, la amistad y ese abrazo sincero, protector, como de un padre que acoge a su hijo herido para que llore en sus brazos, y que es como el compendio de cuanto acontece en el film. Todo el amargo dolor de los abusos y la humillación se funde por fin en llanto entre unos brazos paternales que lo estrechan sobrecogidos por tanto horror.

El guion de Daniel y Pablo Remón, adaptación del exitoso libro de Jesús Carrasco, avanza con equilibrio, sin precipitarse ni decaer en ningún momento. Son muy buenas también la música de Mikel Salas y la fotografía de Pau Esteve Birba. Pero lo realmente extraordinario es la dirección de actores. El jovencísimo Jaime López está inconmensurable y perfectamente a la altura de un Luis Tosar que, una vez más, demuestra ser un actor que roza la perfección. El resto, Luis Callejo, Vicente Romero, Kandido Uranga… hacen todos un trabajo excelente.

Una historia muy interesante sobre el perdón y la amistad. El cine nos enseña, una vez más, que el mal arrolla al bien y es capaz de hacerle mucho daño, herirlo hasta la extenuación. Pero al final, suave y calladamente, el bien se impone, no por la fuerza sino porque la bondad siempre sale a flote mientras que la maldad acaba hundida en el cieno.

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