Crítica
Público recomendado: +18
El film que nos ocupa ha levantado una notable polvareda de expectación. Arrasó en el Festival de Venecia, donde fue alabado hasta la saciedad, alzándose al fin con el León de Oro. Por doquier podemos leer que se trata, cuanto menos, de «la película del año». Un compañero crítico resumía sus múltiples elogios hacia la cinta afirmando que el arco de transformación de Bella Baxter (Emma Stone) representaba «la propia historia del cine creándose ante nuestros ojos». Alguien debería hacerle llegar un ejemplar de alguna buena Historia del Cine. Por favor. Otro —quizá el mejor crítico de nuestro país— afirmaba: «Puede que “Pobres criaturas” eche mano de la agenda feminista al uso –sería interesante analizarla a la luz de “Barbie”- pero su generosidad creativa está muy por encima de cualquier mensaje». No comparto su fascinación por el film, aunque, como es habitual en él, da en el clavo. La comparación con Barbie es muy acertada. Y muy necesaria. Y el ínclito Boyero —ese que en los círculos críticos se nombra por lo bajini, como un placer culpable, ya que decir «Me gusta Boyero» es el pecado mortal de cualquier gafapastismo ilustrado— Boyero, decía, con la visceralidad que le caracteriza, califica el film de pretencioso e «inútil pasote». Por una vez, nos fiamos de Boyero, aunque no del todo.
Evidentemente, algo hay de merecido tras el ruido que ha hecho Pobres criaturas. Ante todo: se trata de una propuesta de una originalidad visual deslumbrante, en virtud de su excesivo y apabullante diseño de producción. El vestuario, con toda su simbología y todo su exceso, hará historia sin duda; ya la ha hecho. Y luego está, cómo no, Emma Stone al límite del trabajo actoral, ofreciendo un ancho de banda interpretativo verdaderamente difícil de alcanzar. Ganará, sin duda, ese premio hueco llamado Oscar. Y empaña al resto de la tripulación, salvo al siempre genial Willem Dafoe, que interpreta al Doctor Frankenstein moderno Godwin Baxter escondido tras un trabajo protético de filigrana, y cuya voz es suficiente para llenar la pantalla. Apoyándose en estos elementos, Lanthimos consigue crear un mundo propio y único; al menos eso se le debe reconocer al griego.
Dicho lo cual: todo es exagerado en Pobres criaturas. Y eso cansa. Ya cansaba en La favorita y aquí —aunque esta es mejor película— agota por completo. Demasiado exceso en la dirección (esa insistencia en las lentes de focal corta, ¿qué nos quiere contar?), en el diseño de producción, como queda dicho, en su música grotesca, y, sobre todo, en su moraleja cazapatriarcas. Es precisamente en este último punto, en su fogosa defensa de un feminismo más genital que inteligente, donde uno echa de menos a Barbie, y la agudeza del guion del matrimonio Gerwig-Baumbach, y su componente visual, que endulza pero no empalaga. Y, a pesar de la poca estima por los premios de la Academia de Hollywood, uno se explica el revuelo que ha generado el hecho de que ni Greta Gerwig ni Margot Robbie estén nominadas a ellos como directora e intérprete del film que lleva a la gran pantalla la célebre muñeca de Mattel. Habría que recuperar a Laura Mulvey, la inteligentísima madre de la teoría feminista del cine, para identificar cuál de los dos filmes es feminista y cuál es solo un ejercicio de trasnochado machismo camuflado según el dictado de la agenda política del momento. Hagan la prueba, el criterio se encuentra en un lúcido artículo titulado Placer visual y cine narrativo. Uno de los dos filmes no sale ileso de las premisas del análisis de Mulvey. Barbie sí. Y, quizás por eso —y por acumular la mayor recaudación que haya hecho jamás film alguno dirigido por una mujer— haya molestado tanto a los señoros de Hollywood, que han castigado a sus dos artífices. Seguramente llorosos y berrinchudos como el ridículo donjuán Duncan Wedderburn, a quien da vida un Mark Ruffalo en horas bajas. Aunque solo fuera por avivar su ridículo llanto, valdría la pena recuperar Barbie. Y solo entonces, cuando a uno se le haya pasado el buen sabor de boca, ir a ver Pobres criaturas. Aunque tengan cuidado: quizá para entonces ya no esté en la cartelera.
Rubén de la Prida