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Posesión infernal: El despertar

Caratula de "Posesión infernal: El despertar" (2023) - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +18

Vamos a ponernos en situación, sobre todo para aquellos que no estén demasiado puestos en el tema. Posesión Infernal: El despertar es una secuela de una trilogía considerada “de culto”, formada por tres películas, Posesión infernal (1981), Terroríficamente muertos (1987) y El ejército de las tinieblas (1992), todas dirigidas por Sam Raimi. La saga ha intentado estirarse por diversos ámbitos, no se crean, tuvo una serie de tres temporadas titulada Ash vs Evil Dead (2015) y un remake, Posesión infernal (Evil Dead) (2013).

La cosa no ha debido ir muy bien tras la cancelación de Ash vs Evil Dead porque el remake de 2013 a pesar de ser un film barato de menos de 20 millones de dólares y de haber recaudado en todo el mundo cerca de cien, la cosa debió de saber a poco. De modo que los responsables de la saga han decidido dar un volantazo, hacer borrón y cuenta nueva con lo hecho en 2013 y partir de los orígenes que eso siempre viene bien, al menos en apariencia.

Evil Dead: El despertar nos sitúa en un viejo edificio de apartamentos en el que, de forma muy oportuna, un terremoto pone al descubierto una vieja cámara que esconde un siniestro libro y unas grabaciones. Un ritual que levantará a uno temible demonio acostumbrado a poseer a los vivos y a sembrar el caos a base de carne y sangre.

No lo he dicho al principio pero que quede bien claro, esta es una película para estómagos entrenados a la casquería. Es verdad que no es lo más abominable que hemos visto en los últimos años, pero podría incomodar a mas de uno sin problemas. Es más, la esencia misma de la película radicaba en realidad en el tratamiento de la violencia y en como subvertía el género a través de sus propios clichés. Esto, entusiasmo a un puñado de fans, pero en general, y que esto quede también claro, el nivel de “clásico” de Evil Dead está, para entendernos, un escalón por debajo de La noche de Halloween o La noche de los muertos vivientes. Aunque fue una apuesta radical en su día en realidad el film estaba tirando del hilo, haciendo cosas que ya se habían hecho, pero estirándolas hasta el extremo y en última instancia, llevándolas al humor más casposo. Todo esto se fue acrecentando conforme se fueron haciendo secuelas hasta que El ejército de las tinieblas se convirtió en un tebeo verdaderamente cochambroso que miraba a la cinta original con cierta condescendía al haber sido hecha con cuatro duros y en circunstancias ciertamente lamentables.

Pues bien, mantener todo esto en una nueva película era muy complicado, sobre todo porque los tiempos han cambiado y ahora el público está mucho más acostumbrado a ver ciertas barbaridades en el cine. De este modo, esta Posesión infernal está, por necesidad, a años luz de la cinta original, aunque sí mantiene ciertos nexos de unión. Su mala uva con el género, un puntual y horripilante sentido del humor (ojo al guiño a Terroríficamente muertos, nunca mejor dicho lo de “ojo”) su verborrea sanguinolenta y un interés estándar por saber cómo se van a ir desarrollando los acontecimientos.

Se aprecia además que Lee Cronin, director y guionista de la película, conoce el género, la saga y sabe dónde se esta metiendo. Su anterior película, Bosque maldito (2019) era una película al otro extremo de esta Posesión infernal, casi sibilina al lado del film que nos ocupa. Esto no quita que Cronin conozca el material que tiene entre manos, aunque eso sí, como Fede Álvarez con la Posesión Infernal de 2013, se distancia considerablemente de las películas de Raimi en tanto ambos cineastas son incapaces de tomarse el asunto con el cachondeo necesario. Raimi llenó la pantalla de sangre, es cierto, pero al minuto siguiente se estaba riendo de ello. Ni Álvarez ni Cronin son capaces ni se atreven a llegar a tanto porque así sus respectivas propuestas podrían perder tensión, impacto y claro, la película podría irse a pique. En cambio, esa fue la gran apuesta de Sam Raimi, dirigir una película que, en circunstancias normales, tal vez debería haberse ido a pique. Pero no se fue.

Superar eso, parece bastante complicado.

Ramón Monedero

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