Crítica:
Público recomendado: Adultos
Situada en la California de los excesos de los años ’70, Puro vicio narra las peripecias del peculiar detective privado Doc Sportello (Joaquin Phoenix), fumador de porros empedernido pero eficaz en su trabajo.
Al principio de la película, Shasta, la ex novia de Doc, recurre a él para contratar sus servicios y encontrar a su actual amante, un rico constructor inmobiliario desaparecido en misteriosas circunstancias. La cinta -un híbrido entre el drama, la comedia, el romance y el misterio- recuerda en muchos aspectos a El gran Lebowsky de los hermanos Coen (1998) y cuenta con un excelente y prolífico reparto, encabezado por el consabido Phoenix, que incluye también a la oscarizada Reese Witherspoon, Benicio Del Toro, Josh Brolin y Owen Wilson, entre otros.
El mayor reto de su director y guionista Paul Thomas Anderson (uno de los cineastas destacables del cine más actual, nominado a seis premios Oscars y responsable de films como Magnolia, Pozos de ambición y The Master) en Puro vicio ha sido, sin duda, el de adaptar la compleja y laberíntica obra del autor contemporáneo Thomas Pynchon y, en este sentido, podemos decir que el resultado es tan meritorio como ambicioso. El guión, de 148 minutos de duración, constituye un enredo perfectamente orquestado en el que en realidad están siendo investigados varios casos, con personajes que aparecen y desaparecen y constantes giros inesperados.
Es evidente que Anderson presta menos atención a la narración que a los personajes y las situaciones que viven. No obstante, el caos de la historia provoca un estado general de confusión que mina incluso los mejores momentos de la cinta y que más que la identificación promueve la desafección hacia sus personajes. El director arriesga demasiado al situarse en la zona límite entre utilizar el absurdo como una sátira de la realidad posmoderna y aturdir a los espectadores en un sinsentido en el que lo que debería ser intrigante se vuelve tedioso y lo enjundioso, vacuo.