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Restless

Caratula de "Restless" (2011) - Pantalla 90

Crítica:

Público adecuado: Jóvenes y adultos

El título de Restless evoca el de un clásico del cine europeo en su distribución internacional (Breathless, o About de souffle en el original francés, conocido como Al final de la escapada en España). Y en cierta manera, la nueva película de Gus Van Sant intenta capturar algo de la frescura de la nouvelle vague francesa, con momentos que recuerdan a la ya citada película de Goddard o al Jules et Jim de Françoise Truffaut.

Y no sólo el tono: comparte con esas obras una vitalidad amenazada por un cierto fatalismo desde el principio.

Restless cuenta la historia de Enoch (interpretado por Henry Hopper, hijo del desaparecido actor Dennis Hopper, a quien está dedicado el film), un joven obsesionado con la muerte desde que un accidente acabó con la vida de sus padres. Se dedica a hablar con un fallecido piloto kamikaze de la II Guerra Mundial, dibuja su propia silueta en el suelo como si fuera la víctima de un crimen, y se cuela en funerales de gente que no conoce (en una parte de la trama que recuerda mucho a otra de El club de la lucha). Así es como conoce a Annabel, una joven vitalista que en cambio no tiene mucho por delante: sufre cáncer y no le quedan más que 3 meses de vida. Los dos se enamoran y comienzan un proceso de aceptación de lo que les espera.

Si hay un director inclasificable por lo diverso de su obra, ese es Gus Van Sant. Desde el cine independiente más al gusto de todos los públicos (Todo por un sueño, El indomable Hill Hunting) hasta los experimentos más radicales (Elephant, Gerry), su obra rara vez deja indiferente a nadie. En esta ocasión intenta ofrecer un acercamiento a la muerte vitalista y desenfadado, presentando unos personajes excéntricos que parecen vivir la cercanía del final con naturalidad e incluso con una actitud frívola y desafiante. En el tramo final, en cambio, se cae la fachada del personaje de Enoch, desvelando que esa actitud no era más que negación, a la que siguen el enfado y la aceptación (como en todo buen manual de psicología). De este modo, entendemos que en realidad es Annabel la que ha ayudado a Enoch, y no al revés, a aceptar su partida.

La corrección de Gus Van Sant tras la cámara y el buen hacer de los actores no logran hacer despegar un film que resulta frío y distante. Los personajes son tan especiales y extraños que cuesta identificarse con ellos, salvo en contados momentos.

Únicamente una cuidada selección de canciones para la banda sonora logra aportar algo de calidez al conjunto (el film arranca engañosamente con el entrañable himno vitalista de los Beatles Two of Us).

A pesar de que la película pretende desdramatizar la muerte, no logra despejar en ningún momento la sensación de derrota final a la que están condenados unos personajes sin una certeza de trascender (el espíritu del Kamikaze no se corresponde con una idea del más allá, sino con la actitud en la que se halla encerrado Enoch desde la muerte de sus padres).

Así, el mensaje final es que hay que aprovechar el poco tiempo que tenemos de vida, y desde esa perspectiva toda la alegre vitalidad con la que se mueven los personajes parece una impostura de cine de autor ajena a una autenticidad humana, y que aleja al espectador definitivamente de una película con buenos momentos, pero finalmente fallida.

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