Crítica
Público recomendado: +18
Salvaje es una de las pocas propuestas que se ha aventurado en las salas de cine estadounidenses en esta época de pandemia, con un resultado bastante aceptable dadas las circunstancias. La sencillez del planteamiento y su corta duración pueden haber contribuido a ello.
Una madre divorciada conduce con su hijo al lado, cuando tiene una discusión con otro conductor, al que recrimina una maniobra al volante. Poco sospecha que una situación tan cotidiana vaya a derivar en una persecución que pondrá en peligro su propia vida.
No hace falta tener una gran cultura cinéfila para recordar la opera prima de Steven Spielberg, El diablo sobre ruedas (Duel, 1971, rodada en principio para la televisión pero estrenada en cines en muchos países) al escuchar la sinopsis de Salvaje. En aquella impecable obra de suspense, un pobre conductor con problemas personales es acosado por un camión tras un nimio incidente en carretera. Sin embargo, Spielberg optaba por no mostrar nunca al conductor del camión (que adquiría los atributos de un monstruo rugiente), mientras que en la película que nos ocupa el agresor se convierte en el centro de la historia. Un Russell Crowe adecuadamente excesivo viene a representar a un segmento de la población que encuentra en la dinámica de la sociedad actual una continua provocación a sus propios prejuicios.
Sin embargo, el mensaje no es tan evidente como el convertir a Crowe en una caricatura del hombre blanco heterosexual que está condenado a ser villano en el contexto de lo políticamente correcto, ya que la película añade ciertos toques de ambigüedad tanto en su personaje como en el de su antagonista, sin llegar en cualquier caso a invertir el reparto de papeles entre agresor y víctima.
De hecho, la película opta por no entrar en demasiadas sutilezas ni profundidades. Elige ser un puro entretenimiento repleto de acción y violencia, objetivo que consigue a pesar de algunas incongruencias en el guion y de una dirección no demasiado distinguida del alemán Derrick Borte.