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Silencio

Caratula de "Silencio"

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes

Con mucha polémica en el seno del mundo católico llega este film que ha dado lugar a interpretaciones y valoraciones, no solo diferentes, sino incluso contrarias.

Desde Pantalla 90 ofrecemos una crítica del film, que no pretende ser una lectura dogmática del film, sino una modesta ayuda para el que la quiera. Recomendamos vivamente la lectura de la entrevista digital de Spadaro a Scorsese en La Civiltá Cattolica.

Silencio es la última película de Martin Scorsese, y se enmarca en la persecución de los católicos en el Japón del siglo XVII. Aunque fue concebida hace muchos años, llega a las pantallas en un momento histórico en el que los cristianos vuelven a ser brutalmente perseguidos y a menudo cruelmente asesinados. Sin embargo, esa afortunada coincidencia, que permite poner sobre el tapete de la opinión pública tan sangrante realidad, no estaba en las intenciones originales de Scorsese, que es de sus inquietudes personales de creyente de lo que realmente deseaba hablar.

El cineasta parte de un texto que no es suyo, pero del que se apropia de forma muy personal: la novela histórica Silencio del católico japonés Shusaku Endo, publicada en 1966, sobre los misioneros jesuitas portugueses en el Japón del siglo XVII. La trama principal del guion basado en la novela gira en torno al personaje real de Cristóbal Ferreira –interpretado en el film por Liam Neeson-, un jesuita que apostató públicamente tras sufrir torturas y ver morir a sus compañeros. La novela –y la película- siguen los pasos del padre Rodrigues –Andrew Gardfield-, un joven jesuita que viaja desde Macao a Japón para averiguar qué ha sido de Ferreira, su antiguo maestro, y ayudar a los cristianos perseguidos. Unos cristianos sencillos, muy pobres, desclasados, desprotegidos, y a los que sólo se les pedía un gesto muy sencillo: que pisaran un cuadrito de estaño en el que se representaba a Cristo. Por no hacer eso se les torturaba hasta morir.

Martin Scorsese leyó la novela en 1989 por indicación del arzobispo episcopaliano Paul Moore de Nueva York, y enseguida compró los derechos para adaptarla al cine. Durante veinticinco años esa historia, y sobre todo los problemas morales, antropológicos y teológicos que plantea, han estado madurando en la cabeza del cineasta, para llegar a la forma definitiva que ahora vemos en las pantallas. Scorsese ha querido plasmar en esta adaptación cuestiones que le preocupaban desde joven, cuando ingresó en el seminario menor –donde permaneció un año-, o cuando vio por primera vez Diario de un cura rural de Bresson. Para el director de origen siciliano, según ha declarado a La civiltá Catolica, la gran cuestión de la vida es la Gracia. El hombre es débil, se hace continuamente daño a sí mismo, traiciona… Pero con independencia de la gravedad del pecado, la Gracia sucede; aunque se la rechace, ahí está, sucede. Estas son las convicciones de Scorsese, y por eso su personaje favorito del film es Kichijiro (interpretado por Yôsuke Kubozuka), un hombre que cae en lo más bajo continuamente y que siempre vuelve a implorar el perdón y a recomenzar para caer nuevamente y volver a suplicar misericordia. Por tanto, aunque estamos ante un film de apostasías, de tortura y sufrimiento, Silencio es, paradójicamente, una película de esperanza, en la que la última palabra la tiene el perdón y la Gracia. Son los dos pilares de la obra: la fragilidad humana –tema que trató polémicamente en La última tentación de Cristo- y la Gracia, que siempre está ahí, a pesar de todo, disponible, inagotable –y que según Scorsese es la clave de Toro salvaje-.

Desde un punto de vista formal, Silencio –rodado en Taiwan- es un largometraje “crepuscular”, muy largo (160 minutos), lento, muy contemplativo… incluso lánguido a pesar de lo impactante e hiriente de muchas imágenes. El tono de la puesta en escena refleja la miseria silenciosa a la que eran obligados a vivir tantos japoneses cristianos perseguidos que podían ser asesinados en cualquier momento. En el ámbito de ese estilo está la principal crítica que se puede hacer de este monumental film. Por ejemplo, en el contexto de las muy interesantes conversaciones entre el padre Rodrigues y el inquisidor japonés y su ayudante, que tratan de minar la fe del jesuita por la vía del discurso “racional”, parece que la argumentación del jesuita no está a la altura apologética que se podría esperar, y no trasmite con fuerza la novedad del anuncio cristiano. Esa carencia del brillo de una fe viva es característica de casi todos los cristianos que salen en el film, y que no contagian ninguna alegría o esperanza presente. Más bien parecen tristes resignados con la desgracia que les ha tocado en suerte, y no brilla en ellos el consuelo del Resucitado. Al público le puede sorprender si lo compara con algunos testimonios actuales que nos llegan del mundo árabe, en los que se percibe la fuera espiritual de la fe. En cualquier caso, Andrew Garfield recibió antes del rodaje una preparación del jesuita James Martin, quien le introdujo en los Ejercicios ignacianos, y transmite con fuerza la fuerza espiritual de un personaje en crisis.

Sin duda, estamos ante una película importante, que precisa más de un visionado para comprender con hondura las reflexiones profundas de un cineasta que nunca estaría en las listas convencionales de “directores católicos”, y cuya aproximación a la fe es, sin embargo, cualquier cosa menos superficial.

 

Reflexión cinematográfica en torno a la película Silencio
con motivo de la polémica suscitada

Estas anotaciones sólo pretenden ofrecer algunas reflexiones y claves que puedan ayudar a clarificar criterios de quienes lo deseen. Obviamente no expresa una posición oficial del Departamento de cine la Comisión Episcopal de Medios, ni de la Revista Pantalla 90, posición que no existe ni puede existir ante una obra de arte, necesariamente abierta y necesariamente ambigua. Pero sí aspira a ofrecer una cierta objetividad que tenga en cuenta el mayor número de factores posible, factores que a menudo se han abordado de forma aislada o parcial. Se advierte que inevitablemente el texto está lleno de spoilers.

Hacía bastante tiempo que una película no suscitaba un terremoto en el ámbito católico como el que ha provocado la última obra de Scorsese. Se ha generado una cantidad ingente de artículos, con infinidad de análisis diversos, que van desde la ponderación más entusiasta, hasta la descalificación más agresiva. Por citar simplemente algunos ejemplos, escogidos casi al azar, encontramos el artículo de John Horvart, en el que afirma que la película “es una trágica negación de la gracia de Dios” o el de Estanislao Martín, que afirma que el contenido del film es “malo, mejor dicho maléfico, porque hace daño”. En el otro extremo está por ejemplo, Juan Manuel de Prada, que escribió en L´Osservatore Romano: “Silencio es el elocuente film de un grandísimo artista y de un católico que, como Flannery O’Connor, no duda en adentrarse en territorio enemigo para medirse con los demonios que atacan la fe a mordiscos”. Entre los extremos hay muchas posiciones, más o menos cercanas a uno de los polos. Es el caso de Alfonso Carrascosa que afirma que la película es “un canto a la apostasía”. Más arrimada a una lectura positiva es la de Bernardo Cervellera, publicado en Asia News, donde escribe que “la película no es una apología a la abjuración. Tiene el coraje de hacer emerger las cuestiones religiosas sobre Dios, el sufrimiento, su silencio en una época de indiferencia. Y propone la contemporaneidad del martirio. Pero carece de la alegría católica atestiguada por los Santos japoneses y todos los mártires de la Iglesia”. Por su parte, desde el entorno de la Compañía de Jesús, además de un dossier de tipo histórico, han publicado diversos artículos laudatorios, como el que ha lanzado la Provincia de España, en el que se lee: “Silencio es una historia que no da respuestas, sino que suscita infinidad de preguntas”. Al margen de la prensa digital, el Obispo de San Sebastián ha realizado unas declaraciones en las que interpreta muy negativamente del film, y por su parte el sacerdote José Luis Almarza ha hecho circular un video en el que hace una defensa a ultranza del mismo.

Esta dispersión de interpretaciones es indudablemente lícita, pero no debe dar la impresión de que analizar un film es un ejercicio de arbitrariedad sometido a un total relativismo. De hecho, casi todos los autores citados basan sus afirmaciones en argumentaciones afinadas. En todo caso, es necesario reclamar la atención sobre algunos puntos básicos.

1. Hay una objetividad artística que es necesario respetar. Por eso, no pueden tomarse en serio algunos artículos contra la película firmados por quienes declaran abiertamente no haberla visto, que no es el caso de los autores citados.

2. Tampoco se deben psicoanalizar libremente las intenciones del director, interpretando su inconsciente, y reflexionando a partir de supuestos traumas o conflictos interiores del autor. Es necesario partir de la obra artística objetiva, de lo que hay –o no hay- en ella, y fundamentar desde ahí cualquier argumentación.

3. Otra cuestión relevante en este caso es la fidelidad de la película a la novela que adapta su guion. Muchos reproches o alabanzas que se le hacen a Scorsese deben dirigirse en primer término a Sushako Endo, ya que Scorsese plasma con bastante exactitud el contenido de la novela, aunque en algunas cosas la mejora.

4. Por otra parte, no se puede perder de vista que no estamos ante una película con vocación catequética o evangelizadora. Silencio no pretende ser un film que exponga ante el mundo la verdad de la fe, ni aspira a representar a los católicos en el mundo del cine, ni a ilustrar la vida de la Iglesia con intención pastoral. Sencillamente, cuando Scorsese leyó la obra, según dice él, le impresionaron los conflictos morales y religiosos que allí se planteaban, así como el tratamiento de la Gracia y de la debilidad humana, y quiso adaptarla cinematográficamente.

5. Por la misma razón, no estamos ante lo que comúnmente se conoce como una película histórica. A Martin Scorsese no le interesaba contar la historia de los mártires del Japón, sino los citados conflictos humanos expuestos en una novela de ficción inspirada libremente en unos sucesos de los que no hay profusa información. Por ello no se le puede reprochar falta de historicidad; su interés no está en los hechos que sucedieron, sino en el relato de Endo y en los problemas que plantea.

Vamos ahora a detener la mirada en algunos de los temas que se ventilan en las polémicas sobre el film, tratando se exponer lo que se ve y se oye en el film al respecto.

El martirio

La película ¿elogia o descalifica el martirio? La secuencia inicial del film es un impactante homenaje a tantos religiosos que sufrieron tortura y martirio por su fe. Un poco más adelante se nos muestra el martirio en cruz de los que se niegan a escupir al crucifijo. Incluso vemos en flashback cómo toda la familia de Kichihiro murió mártir por no apostatar. Testigo de ello es el padre Ferreira que escribe cómo aquellos testimonios eran motivo de esperanza para los sacerdotes. A lo largo de toda la película vamos a ver diversos martirios, realmente heroicos, de fieles cristianos que no renuncian a su fe. No se puede afirmar, sin censurar gran parte de la obra, que Silencio es un film sobre la apostasía que ignora la realidad de tantos mártires que dieron su vida por Cristo. Por otra parte, en la exposición fílmica no hay atisbo de menosprecio de dichas muertes, que conmueven a los jesuitas que las ven, y extradiegéticamente, a los espectadores que las contemplan.

Los cristianos perseguidos

Se ha dicho en diversas críticas que los japoneses cristianos que aparecen en el film son tristes y taciturnos. Aunque hay breves instantes que desmienten momentáneamente esa impresión, en términos generales se puede decir que es verdad. Esta tristeza no es ni casual, ni fruto de un inconsciente rencoroso del director. El mismo protagonista da cuenta de ello cuando afirma que sus rostros no son capaces de expresar el amor que viven, como consecuencia de tantos años de disimulo y secreto. Pero ese no es el único trazo que se ve en el retrato de aquellos conversos. En el primer encuentro de los dos jesuitas con la comunidad cristiana perseguida, se pone de manifiesto que se trata de una comunidad que vive de la fe, que comparten la oración, y que sufren con dolor la carencia de sacerdotes que administren los sacramentos. En ese sentido experimentan con gozo la llegada de los jesuitas a su comunidad. Cuando grupos de cristianos son hechos prisioneros siguen rezando juntos, cantando, confesándose, apoyándose en la fe. Hay muchos momentos de elogio del sacerdocio y de los sacramentos. Los jesuitas se pasan las noches confesando a los cristianos, celebrando la eucaristía y bautizando. En algunos artículos se comenta la escasa asimilación del corpus de la fe por parte de muchos campesinos conversos. Ese tema no está muy desarrollado en el film, aunque sí se apunta en alguna ocasión la percepción torpe o equivocada de algunas verdades de la fe por parte de algunos de ellos. Esto es habitual, incluso hoy, en muchos territorios de misión, donde algunas personas se adhieren a la fe por motivos espurios, que deberán ser depurados en el tiempo.

La apostasía

El padre Rodrigues es sometido a un plan estudiadísimo de tortura psicológica por parte del inquisidor. Una tortura realmente maquiavélica y dilatadísima en el tiempo. Consiste en dosificar chantajes morales extremos, en los que él va viendo cómo sufren y mueren buenos cristianos sólo por la negativa de Rodrigues a renunciar a su fe. Pero lo más diabólico de todo es la explicación que le dan: “No tienes por qué renunciar a tu fe. Es un gesto meramente formal. Basta con que poses suavemente tu pie en el retrato”. Este mensaje repetido, combinado con las brutalidades que le hacen ver al jesuita, es una estrategia realmente perversa, pues introduce una duda razonable sobre la decisión que tomar. Los torturadores le van haciendo pensar que la decisión de no pisar el cuadro, planteado como un acto formal y externo, es una cuestión de soberbia, y que además cuesta la vida a mucha gente. Es admirable el tiempo que Rodrigues aguanta esta presión, fiel a su fe, pero inevitablemente cada vez con más dudas y oscuridad sobre lo que hacer. Hasta experimentar el silencio de Dios. La puntilla, por parte del inquisidor, es el encuentro meticulosamente preparado con Ferreira, que vivió exactamente las mismas tribulaciones que él, y que finalmente, al no soportar más sufrimientos, apostató. Una vez apóstata, para sobrevivir psicológicamente, buscó una justificación intelectual pobre, muy levisstraussiana, y que Rodrigues le reprocha, aunque finalmente él mismo la acabará asumiendo. Pero Ferreira se ha vuelto un hombre triste, que en algunos momentos quiebra su discurso y vuelve a hablar como cristiano. Por otro lado, la voz que Rodrigues oye en el momento de apostatar ¿es de Dios o del Demonio? Lo ignoramos, sólo sabemos que Rodrigues cree oír la voz de Cristo que le consuela y le dice: “Todo está bien […] Entiendo tu dolor […] Pisa”. Es la voz que necesita oír para dar ese paso sin romperse interiormente en dos. Pero nada más pisar la baldosa, el rostro de Cristo del Greco se disuelve en un fundido en negro. Lo que deja claro esa voz es que Rodrigues sigue sintiendo la misericordia de Cristo en el momento de su apostasía, mientras el asistente del inquisidor le recuerda que se trata de una mera formalidad. La vida de Rodrigues tras su apostasía se vuelve mezquina y triste, trabajando para el inquisidor en la delación de cristianos. En resumen, la apostasía en este film no es una propuesta, es un fracaso trágico, diabólicamente inducido por un hombre frío e inmoral, como es el inquisidor. La apostasía se presenta como la salida, in extremis, de una situación moral y psicológica trágica e insostenible.

La gracia

Se reprocha al film que la gracia no salga al encuentro de los jesuitas. La gracia, por su propia definición, es un don imprevisto, inmerecido, absolutamente gratuito. No es un derecho, ni un suceso automático. Y además toma una forma que no tiene por qué ser la que se espera o considera conveniente. Rodrigues ¿ha sido desasistido por la gracia? ¿O más bien no la ha sabido reconocer? Scorsese no lo sabe ni se atreve a decirlo, aunque hay un momento en que el jesuita, después de apostatar, habla con Dios, y este le dice: “Nunca he estado en silencio”. En cualquier caso, ¿qué es lo que hace dudar al Padre Rodrigues en su primera larga oración? El aparente silencio de Dios ante al mal y el sufrimiento de los inocentes, por otra parte, una clásica pregunta de la teodicea.

La clave del film

El propio Scorsese, en la entrevista ofrecida por La civiltá católica, señala la clave del film en el personaje de Kichijiro. Un hombre que peca y cae continuamente, y que no cesa de buscar el perdón en el sacramento de la penitencia. Incluso después de que Rodrigues haya apostatado, Kichijiro, que nunca duda de la condición sacerdotal del jesuita, le suplica la absolución. Kichijiro es la encarnación del binomio pecado-gracia, debilidad-misericordia, y es como el leitmotiv que atraviesa toda la película. El plano final del film, interpretado de muy diversas maneras, indica sin embargo al menos un hecho objetivo: la esposa del apóstata Rodrigues reconoce que su marido sólo ha tenido un amor, aunque mantenido vergonzosamente en secreto, Cristo.

Conclusión

Dejando abiertas muchas posibilidades de interpretación, creemos que no se puede afirmar que el film sea un atentado contra los creyentes, ni que sea dañino para la fe. Tampoco es un canto a la fe. Ciertamente es una película que plantea problemas, muy dramáticos, y que no se preocupa de contestar satisfactoriamente las preguntas que provoca. Silencio se enmarca intelectualmente en el siglo XX, probablemente por la formación de Scorsese y de Endo, en lo que se refiere a una aproximación casi trágica a la fe. Pero la salida que propone está muy sintonizada con los acentos de los papas del siglo XXI, esto es, con la Misericordia del Padre como última palabra de la historia.

 

Conversación con Juan Orellana sobre la película

 

 

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