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Toda una vida

Crítica

Público recomendado: +12

Excelente

Marta Romero, la directora de Toda una vida, cuenta al inicio del documental que ella pretendía grabar el avance del Alzheimer de su abuela y sin embargo ha descubierto que ha grabado lo que perdura. La premisa es sencilla y original: doce años de grabaciones caseras en la casa de sus abuelos maternos en Benicarló, Castellón. Unas imágenes tan potentes que no necesitan ninguna voz en off que las narre. Los planos fijos de la terraza, la cocina de Marta o la ducha sirven de hilo conductor, testificando el paso del tiempo.

Una familia cualquiera tocada por una enfermedad que afecta a miles de personas en España. El matrimonio formado por Paco y Trini sostiene a todos los demás: a sus hijos y a sus dos nietas -una de ellas Marta- que forman una piña envidiable. Lo siguen siendo cuando Trini empieza a olvidar pequeñas cosas, deja de reconocerles, se pone violenta, deja de hablar y acaba en una silla de ruedas . Esto es lo que pretendía contar Marta, y sin duda lo hace. Lo hace de una forma magistral para una joven cineasta. Con respeto, cariño, ternura… una sola escena violenta es suficiente para demostrar que esa etapa existe.

Pero lo más interesante es lo que graba sin querer, la realidad es mucho más rica. Sin pretenderlo, Marta ha dejado un retrato precioso de la historia de amor de sus abuelos. Paco se convierte en el protagonista inesperado, con su bolsa de plástico para llevar un zumito diario a su mujer, el peine, su resistencia a ingresarla en una residencia. Paco es un ejemplo precioso de que la vida tiene un valor infinito, porque no hay mejor manera de mirar a una Trini -especialmente al final, que se convierte en una niña- que hacerlo a través de los ojos de su marido. Ningún argumento es válido delante de esa mirada que desarma, que afirma “ella es preciosa”.

Una mirada que se aprende, o que se hereda, porque es la misma que tienen sus hijos y sus nietas, también la pequeña, que se lo pasa en grande jugando a las cartas con todos los ancianos de la residencia y que no duda en peinar con la máxima delicadeza a su abuela, porque aunque no la reconozca no da lo mismo que esté peinada o que no lo esté.

Es muy interesante también cómo se utilizan todos los recursos como parte de la narración, los pañales tendidos en la terraza, el abrigo y la bufanda o la manga corta, un bastón que empieza a usarse, un corte de pelo, la niña que crece. Todos estos elementos cotidianos se convierten en narradores de la vida diaria de Paco y Trini, dan cuenta de que pasan 12 años aunque parecen pocos días. Marta quería grabar el Alzheimer y ha acabado haciendo un canto de amor a la vida.

Elena Santa María

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