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Steve Jobs

Caratula de "Steve Jobs" (2015) - Pantalla 90

Crítica:

Público recomendado: Jóvenes-Adultos

Una característica fundamental del cine contemporáneo, y de la sociedad actual, es el conflicto con la figura paterna: bien por ausente bien por malentendida. El personaje de Steve Jobs encarna muy bien cómo una persona puede alcanzar logros enormes en lo profesional y no hacerle necesariamente feliz. De alguna forma, Steve Jobs rompe con el mito del capitalismo y podría verse como un nuevo ciudadano Kane posmoderno.

La película es un biopic del mítico empresario y programador informático Steve Jobs (1955-2011). Uno de los personajes más populares y significativos del mundo de la comunicación, y del entretenimiento de los últimos tiempos: co-fundador de Apple, presidente de Pixar y uno de los mayores accionistas de The Walt Disney. La película se centra en la época en la que lanzó tres de los productos más conocidos de Apple: el Macintosh, el NeXT y el iMac.

Dirigida maravillosamente por Danny Boyle (Slumdog Millionaire/2008, 127 horas/2010) y escrita magistralmente por Aaron Sorkin (El ala oeste de la Casa Blanca, La red social) tenemos una más que notable película que apunta a convertirse en una digna competidora para los próximos oscars. El guión es el eje en torno al que sucede todo y en donde se repiten algunas de las huellas creativas del maestro Sorkin: un arranque enérgico que nos introduce inmediatamente en la historia, unas secuencias perfectamente equilibradas en lo emocional, las típicas terminaciones que cierran bellamente cada escena, una sensación de unidad ortodoxa con aire moderno o ese ritmo frenético de diálogos que te llevan de un sitio a otro sin darte cuenta. Al nivel del guión están las interpretaciones de dos grandes actores como Michael Fassbender (12 años de esclavitud/2013 y Shame/2011) y Kate Winslet (Titanic/1997 y Revolutionary Road/2008).

La figura de Steve Jobs se nos presenta como una especie de genio narcisista y visionario con una clara dificultad para el trabajo en equipo (para las relaciones personales), motivada, quizás, por una herida afectiva de su infancia. Según palabras de Chrisann Brennan, novia en el instituto y madre de su hija Lisa, Jobs era un ser cruel e iluminado al mismo tiempo, que estaba lleno de cristales rotos quizás por el hecho de que fuera abandonado al nacer. Los que han sido abandonados terminan abandonando a otros, decía. En la misma línea apunta Andy Hertzfeld, que trabajó estrechamente con Jobs en Apple en la década de los 80, la cuestión fundamental sobre Steve es la de por qué en ocasiones no puede controlarse y se vuelve tan calculadoramente cruel y dañino con algunas personas. Eso se remonta a cuando lo abandonaron al nacer. El problema latente es el tema del abandono en la vida de Steve.

¿Puede un amor por los detalles (pensar en el cuidadoso diseño de cualquier producto de Apple) recuperar un “yo” lleno de cristales rotos aún obteniendo el éxito por ello? Será el mismo Jobs el que años más tarde en la popular conferencia de Stanford reconozca que fueron las circunstancias negativas de su vida, que le echaran de su propia empresa y que le diagnosticaran cáncer, las que resultaron ser la medicina adecuada para un paciente que no sabía que necesitaba. En este sentido se vuelve a añorar, como sucedió con el menos acertado biopic de Joshua Michael Stern, esa etapa final de su vida.

Son muchas las aristas y matices de esta película tan bien escrita y dirigida; y por lo tanto, son muchos los temas desde los que poder abordarla. Vale la pena destacar los siguientes: la importancia de aprender a mirar las heridas interiores, el valor de la familia como posible lugar de recuperación (Lisa), la vital distinción entre éxito y reconocimiento o la compleja relación en Steve Jobs entre inspirar a sus trabajadores y ser un tirano que los estrujaba hasta el extremo sin piedad.

Uno de los principios por los que se guiaba Jobs era el de que “la forma sigue a la emoción” y en los productos de Apple pasaba de la emoción a la función (escuchar música o crear con el ordenador). Pero, como decíamos antes, ¿puede un amor por los detalles recuperar un “yo” lleno de cristales rotos aún pasando a la historia por ello? O dicho de otro modo, ¿de qué nos sirve ganar el mundo si nos perdemos a nosotros mismos en ello?

 

 

 

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