Crítica:

Público recomendado: Adultos

Suite francesa narra la historia de amor entre una francesa y un oficial alemán, una historia de amor en tiempos de guerra, y aunque suena sabido, no es una más, sino que ofrece una nueva perspectiva y circunstancias de la II Guerra Mundial.

La película está basada en la novela que escribió una mujer que murió en el campo de concentración de Auschwitz, con un claro componente autobiográfico. El manuscrito fue encontrado por su hija 70 años después, y no fue hasta 2004 cuando se publicó la novela, que alcanzó un gran éxito de ventas.

La historia nos sitúa en Francia, cuando fue tomada por los nazis. Los alemanes se fueron instalando en parís y en los pueblos cercanos, ocupando incluso las viviendas con los lugareños, y alojándose en cada “suite francesa”.

Es el caso de la joven Lucile Angellier (Michelle Williams) que vive con su controladora suegra (Kristin Scott Thomas), ambas esperando el regreso de su marido e hijo que está prisionero de guerra.  En la angustiosa vida de esta mujer, de pronto, surge algo nuevo, un oficial alemán, con el que le une el amor por la música y el piano. Pero ¿cómo amarse cuando deberían odiares como enemigos? ¿Qué dirán los vecinos? ¿Cómo un oficial nazi trata de favorecer a la población civil?

Pero además de esta circunstancia poco conocida, la película nos muestra no sólo la guerra entre naciones, sino las batallas cotidianas que libramos con nosotros mismos y con nuestros vecinos, que en ocasiones límite nos convierten en héroes o en villanos. Es un retrato profundo de la condición humana, con sus bajezas – la tiranía del odio, el miedo, el rencor-, pero también con sus  grandezas, con obras realizadas por amor que, bajo esas tremendas  circunstancias, se convierten en actos auténticamente heroicos.

En definitiva, esta adaptación es un retrato implacable de la burguesía ilustrada, un testimonio conmovedor que, probablemente mantuviera a la autora, de origen ucraniano, la motivación de seguir viviendo.