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The Creator

Crítica

Público recomendado: +13

La inteligencia artificial (IA) no solo está revolucionando nuestras costumbres más cotidianas con el ChatGPT, sino que el cine amplía y enriquece el debate con esta interesante y confusa historia de amor, que nos ayuda a rescatar y profundizar algunos temas clásicos muy debatidos: ¿pueden ser las máquinas realmente “humanas”? ¿tienen alma? ¿pueden desear ir al Cielo?

Todos recordamos esa escena mítica en Blade Runner (1982) cuando el replicante dice aquellas hermosas palabras bajo la lluvia; también sería pertinente recordar la comercial Yo, robot (2004) en donde Will Smith se enfrenta a una conspiración, en donde algunos robots tienen deseos de “ser libres”. En esta línea se podría encajar la película que nos ocupa, The Creator. De fondo, la pregunta esencial es siempre la misma, una que atraviesa cada época de nuestra especie, especialmente cuando se dan avances tecnológicos o comerciales: ¿qué es ser humano?

The Creator está ambientada en 2065, en un futuro en donde la IA convive con los humanos, y las máquinas que simulan ser humanos (simulantes), forman parte de nuestra vida cotidiana. La explosión de una cabeza nuclear en Los Ángeles dará comienzo a una guerra entre Occidente y los simulantes; importante señalar que los países asiáticos se mantienen al margen, pues no perciben una amenaza en la IA. Interesante el mapa geopolítico que señala la película; pues recuerda a la situación económica actual, concretamente a la tensión “fría” entre la deuda de EE.UU., la guerra de Ucrania y el progreso tecnológico de los países asiáticos. Por todo esto, la guerra es un tema muy presente, en una película que se posiciona como antibelicista y amable con la inteligencia artificial; tan amable que apunta a la ciencia como la salvadora de la humanidad.

El director (también escritor y productor), Gareth Edwards, dirigió Rogue One: Una historia de Star Wars. En este caso, logra un producto notable, aunque con algunos “peros”. The Creator tiene claras influencias de la saga de George Lucas, así como de la saga de Avatar. La construcción de los personajes flojea en la definición de los antagonistas que, como ocurre en Avatar, son planos y maniqueos; pues parece que solo saben ser malos y nada puede hacerles cambiar de opinión. Aún así, la película está muy cuidada en efectos especiales (Industrial Light & Magic), puesta en escena e incluso en los arcos de transformación de varios de los principales personajes de la historia. Dando como resultado una entretenida película de ciencia ficción, ambientada en un futuro tecnológico amenazador, con un cierto aire independiente; aun estando bajo la protección de Disney.

Otro tema importante y delicado es la concepción que hay sobre “el alma” o bien “la mente como conciencia”, si es que no fuéramos creyentes. La consideración de poder trasplantar el alma (conciencia, memoria) de un cuerpo humano a otro, o de un cuerpo humano a un cuerpo no humano, como sería el caso de un simulante creado con inteligencia artificial (o como ocurre en Avatar), despierta la polémica sobre la transmigración del alma, es decir, finalmente, el debate sobre la reencarnación. Aunque la película no pone un gran énfasis en este asunto, sí que queda apuntado; lo que vuelve a hacer converger todo en dirección a “la ciencia”, como la “creadora” de la vida. ¿Suplantando a Dios?

Desde un punto de vista religioso y simbólico es importante señalar las referencias al “Cielo” de la tradición judeo-cristiana. En varios momentos vitales de la película, el símbolo del Cielo se convierte en el corazón de varias tramas; aparte de ser mencionado explícitamente en varios diálogos e incluso en el tráiler. Aún así, el contexto en el que se hace, puede confundir al espectador. Por ejemplo, si el hombre se pregunta por el infinito y aspira a él, su alma es religiosa y tiene su origen en Dios. Pero, ¿qué pasaría si un robot simulando lo humano pudiera aspirar a lo infinito? ¿el origen de su “alma electrónica” sería Dios también? La respuesta implícita es: la ciencia otra vez. Pero más allá de la confusión que la ciencia puede trasladar en esta película, ver a una máquina desear amar o desear lo infinito, es un hermoso espejo que refleja la profundidad de la naturaleza humana. De hecho, la película también puede ser interpretada como un grito a favor de los más débiles y en contra del poder y la ambición humana desmedida, incapaz de reconocer errores, ni de ser humilde ni caritativo. ¿Hacia dónde va el mundo, quién lo gobierna?

Desde un punto de vista más técnico, vale la pena destacar una música muy eficaz y épica (Hans Zimmer), que compensa una parte intermedia con un ritmo menos ágil; quizás porque existe un desequilibrio entre la historia de amor (menos desarrollada) y la labor tan trabajada de presentar la inteligencia artificial en todos sus detalles. Ahí es donde el guion se descompensa. La fotografía es fabulosa con esos exteriores rodados en Tailandia y Vietnam.

En definitiva, una aventura visual llena de personajes humanos mezclados con inteligencia artificial, que no logra despegar a pesar de ser una interesante idea original. Un escenario apocalíptico con grandes secuencias y persecuciones, que gustará a los amantes de la ciencia ficción que, aunque no salgan pletóricos, no podrán decir que la película no plantea temas interesantes. Entretenida, grandes efectos visuales, aunque confusa en su interior.

Carlos Aguilera Albesa

https://www.youtube.com/watch?v=H1MRJrnREXE

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