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Tori y Lokita

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado: +16

El Festival de Cannes, el mismo que el año pasado otorgó la Palma de Oro a la morbosa, desagradable y machista Titane (Julia Ducornau, 2021), y que este año ha decidido premiar la “vergonzosa, exhibicionista y zafia” (Carlos Heredero dixit) Triangle of Sadness (Ruben Östlund, 2022), ese mismo festival ha condecorado a Tori y Lokita -el film que nos ocupa- con el galardón conmemorativo de los 75 años de su existencia. No es para menos, aunque uno (el que firma) no tiene claro si es por convencimiento o por corrección política.

Sea como fuere: los hermanos Dardenne (Pierre y Jean-Luc, inseparables) firman esta cinta que, como no podía ser de otra manera, se enmarca dentro del realismo social. No es el de los belgas, sin embargo, un realismo duro, de altavoz y octavilla, como el de Ken Loach, ni un realismo restaurativo como el de Icíar Bollaín, alumna aventajada del anterior, ni lo que podríamos llamar un realismo tierno, ese que mana, por ejemplo, del peculiar estilo de Carla Simón. De algún modo, los Dardenne aúnan todas estas componentes, pero también las trascienden, por medio de su mirada cristalina, siempre centrada en el individuo. Mas no en cualquier individuo: los belgas tienen sus preferencias, y una nada oculta debilidad por los pobres, los mansos, los que lloran, los que pasan hambre y sed, los misericordiosos, los limpios de corazón y los pacíficos. Su filmografía es no solo una justa revisión de las bienaventuranzas, en versión contemporánea, sino, al mismo tiempo, una actualización de las imprecaciones que les siguen en el Evangelio de Lucas.

En el caso concreto de Tori y Lokita, los favoritos son los “hermanos” que dan nombre al film y que, no por casualidad, toman los suyos de dos dioses nórdicos. Él, Tori (Pablo Schils, ¡qué grandísimo acierto de casting!) es avispado y pillo, tiene un corazón de oro… Y papeles. Ella, Lokita (Joely Mbundu), al borde de la edad adulta y unos cinco o seis años mayor que el pequeño, posee asimismo una humanidad desbordante, pero carece de documentos. Y, cómo no, la burocracia, esa máquina inhumana de las personas hechas número, se encargará de que nunca los tenga. Aun a pesar de contar con el cariño y la audacia de Tori, su compañero de fatigas en el reparto de drogas, la necesidad de Lokita le llevará a caer en una espiral de abuso por parte de sus “jefes”, pertenecientes a esa especie parasitaria de nuestra sociedad que está dispuesta a explotar al otro, hasta donde haga falta, por amor al dinero. Personas descorazonadas que se sirven, por otra parte -también de esto habla la cinta-, de los descalabros socialmente extendidos como el consumo de drogas o el uso de la pornografía, para reptar hacia su riqueza.

En otras manos, Tori y Lokita habría sido un telefilme de sábado por la tarde, pero, bajo el signo de los Dardenne, la película se convierte en un grito de los que no tienen voz, contra la fría arbitrariedad del sistema sociopolítico en el que estamos inmersos. Un relato contado con el estilo transparente que caracteriza a los hermanos belgas, el cual consigue pasar inadvertido a fin de subrayar la humanidad, la reivindicación y la identificación empática del espectador. Un relato, por otra parte, cargado de elegancia, que no cede a la tentación de mostrar imagen sórdida alguna, que no se recrea en el mal ni sucumbe al moralismo, pero tampoco al relativismo. A la ternura sí, por suerte. Que nos duren muchos años, los Dardenne. Nos hacen falta.

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