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Tubular Bells: 50 Aniversario

Crítica

Público recomendado: +12

 

Lo primero que hay que saber es que el documental del 50 aniversario de Tubular Bells no trata de documentar la concepción y la grabación, allá por 1973 de la obra de música instrumental más vendida de todos los tiempos: Tubular Bells, de Mike Olfield. Una auténtica magna opus, de 50 minutos de duración en las que el joven músico de 19 años tocaba más de 20 instrumento. No dejo de recordar que, a principios de los años ochenta, cuando yo apenas contaba con cinco años, Tubular Bells, y las obras “sinfónicas” con las que Mike Oldfield siguió la estela (Hergest Ridge, Ommadown, Incantations) seguían presentes con una vitalidad asombrosa en la escucha de los jóvenes de aquella época, debido en gran parte también a que Oldfield se acercó con enorme éxito también a la composición de obras de corta duración, algunas de corte tradicional, otras pop, y alguna incursión en la música disco. Junto a Tubular Bells, Mike Oldfield tuvo un smash en 1984 con Moonlight Shadow, una de las canciones pop más bellas de todos los tiempos.

La obra Tubular Bells, absolutamente única -obra de un único artista y un artista único- rompió todo molde conocido en la industria fonográfica de comienzos de los años 70, pero ha sido difícil por no decir imposible que nadie siguiera una estela como la de Mike Oldfield, que continuó componiendo obras instrumentales de una duración aproximada de unos 50 minutos, como si de un compositor clásico se tratara. Esta historia, sea conocida o no por el gran público, es solo el pórtico de entrada del documental. Porque la historia que se cuenta es otra.

El documental Tubular Bells, 50 aniversario recoge la historia de una nueva puesta en escena de la obra primigenia de Mike Oldfield, cuya principal novedad consistía en convertir lo que podría ser un mero concierto en un espectáculo de artes escénicas en el que la banda de músicos que ejecutaba la obra lo hacía acompañada por una compañía de acróbatas.

La historia del documental es la de la concepción y ejecución de un proyecto muy complicado. Desde que a le surge la idea hasta que esta llega a materializarse transcurren más de siete años y una pandemia de por medio. Solo recrear la música requiere una producción y una complejidad técnica que en su día agotaba al propio Mike Oldfield, no digamos ya si a la banda debe acompañarle un equipo de acróbatas. Las dificultades de los ensayos, la problemática de donde radica el protagonismo, si en la música o en los acróbatas, que ocuparían el centro del escenario, las visiones a veces contrapuestas de director musical y de director de danza formar la gran parte del nudo de tensión. A ello se le suma las dificultades de montar espectáculos en medio de una pandemia mundial, con cuarentenas, ensayos con mascarilla, etc.

El documental maneja muy bien, la tensión, con una narración lineal cronológica que va dirigiéndose hasta el día del estreno mundial en el Royal Festival Hall; con problemas de todo tipo, desde meteorológicos hasta arquitectónicos, añadidos a los propios de toda colaboración artística, donde las fricciones son ingrediente común para una representación exitosa.

El producto final, en el que no intervino Mike Oldfield, en ninguna de las etapas, pero sí dio su bendición es brillante. Una apuesta valiente, arriesgada, máxime tratándose de una obra bien conocida y bien valorada por el público y la crítica. Pero, al fin y al cabo, tanto el compositor, como los productores y directores de esta nueva versión saben que no hay nada tan dañino, como no permitir que una obra evoluciones y pueda ver desarrolladas todas sus posibilidades. Aquí radica uno de los éxitos de las composiciones geniales, siempre tienen semillas para generar nuevas aproximaciones, nuevas visiones y en general para aparecer siempre nuevas. Celebrar los 50 años de una obra es prueba de ello.

Pablo Gutiérrez

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