Crítica:
Público adecuado: Jóvenes – Adultos
Las obleas elaboradas por las monjas carmelitas se extienden por toda Cuba ofreciendo un curioso retrato de la isla inmersa en cambios históricos.
En el barrio de El Vedado de La Habana, en un convento de clausura, 13 monjas carmelitas fabrican un millón de formas al año, para abastecer las necesidades de toda la isla.
El curioso e interesantísimo documental de David Moncasi y Ana Barcos muestra el proceso de fabricación de las hostias en el interior del convento, cómo se reparten por toda la isla de Cuba. Siguiendo el curso de algunos de esos repartos, nos adentramos en el barrio de los Sitios, uno de los más pobres de la ciudad, conocemos a algunos de sus habitantes y podemos contemplar una Cuba en pleno proceso de cambios y acontecimientos históricos, como el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la visita del Papa Francisco.
El convento carmelitano de San José existía ya antes de la revolución, pero hace sólo 35 años que en él se ocupan de elaborar las hostias pequeñas y grandes, que serán consagradas en todas las iglesias de la isla. Las monjas tienen un convenio con el Gobierno, que es quien les facilita la harina necesaria. Hay que tener en cuenta que en Cuba existen libretas de abastecimiento mensuales para los alimentos básicos, como arroz, grano, azúcar, aceite…, y, por tanto, tanta cantidad de harina precisa de un tratamiento aparte.
Por primera vez, la comunidad de monjas permitió a una cámara entrar en la clausura, adentrarse en el silencio del claustro y grabar su trabajo en el obrador, el pequeño refectorio en el que se hace una lectura mientras comen, la oración del coro, la entrega de mercancía a través del torno. Y cuatro de las monjas se prestaron también a hablar para contar su experiencia personal y el origen de su vocación. La de mayor edad entró en el convento mucho antes de la revolución, es decir, de hecho no ha visto directamente los cambios sufridos en Cuba; una española, de la provincia de Salamanca, explica que llegó a la isla hace treinta años; una cubana muy joven, una vocación de la misma Cuba, a cuyos encantadores padres tendremos también ocasión de conocer y escuchar; y finalmente, la superiora, una mexicana joven y hermosa, que, como una feliz enamorada, nos explica el momento preciso en que sintió la llamada del Señor. Si debiéramos resumir en dos palabras la impresión que nos causan las monjas, diríamos alegría y felicidad.
En el exterior, las cámaras son acogidas en casas humildísimas en las que algunos ancianos y enfermos comulgan con gran devoción, de manos de María Antonia, ministro de la comunión, que es a su vez la limpiadora de la iglesia de San Judas. Conocemos a su hija Madelín y su nieta Cintia, que viven en una vivienda cedida por el gobierno. El habitáculo sobrecoge por su pobreza, pero a ellas se las ve alegres y esperanzadas.
A pesar de tantos años en los que en las escuelas se ha educado en la idea de que «la religión era la respuesta primitiva del hombre a los fenómenos de la naturaleza», la religiosidad es una realidad en Cuba, y la visita del Papa Francisco a la isla fue un clamor por parte de la población.
El documental es de una gran calidad, el ritmo cinematográfico está muy bien conseguido, los saltos del convento al exterior dan agilidad al relato y Moncasi hace una gran labor con la cámara. Sin detenerse en explicaciones, nos muestra sorprendentes contrastes que a nadie parecen llamarle la atención. En un cuadrito, conviven una estampa de Santa Maravillas con una imagen del Che Guevara, cuya silueta preside también la plaza adornada, a su vez, con grandes carteles de Jesucristo y del Papa Francisco, que va a celebrar una multitudinaria eucaristía. Las noticias en televisión, siempre oficialistas y repetidas una y otra vez, oídas en ese ambiente de extremas privaciones, encierran un sarcasmo que no puede por menos de provocar una sonrisa.
La película resulta muy interesante y es totalmente recomendable, por supuesto no solamente para creyentes. Es una muy buena opción para ver un buen producto cinematográfico y adentrarse en la paz de un convento y en el ambiente bullanguero de una población esperanzada por los cambios, siempre alegre y acogedora.