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Una canción irlandesa

Caratula de "" () - Pantalla 90

Crítica

Público recomendado +14

Como una suerte de preámbulo, una voz en off, que dice que está muerto, empieza a narrar la historia de dos granjas vecinas y de las familias que las explotaban. Una, la granja Reilly, donde, desde la muerte de su esposa, vive el anciano Tony Reilly con su único hijo, Anthony, un personaje realmente peculiar; la otra, la granja Muldoon, que, tras la reciente muerte del padre, ha quedado en manos de la decidida Rosemary, quien cuida también de su madre, muy debilitada por la edad y la enfermedad.

Tony ama a su granja más que a nada en este mundo y no cree que su hijo sea capaz de sacarla adelante y darle continuidad, porque no está casado ni se le ve con intenciones y, por tanto, no cabe esperar que tenga descendencia. Por eso, a pesar de la injusticia que eso supondría y del consiguiente enfado de Anthony, está barajando la posibilidad de vender su propiedad a Adam, hijo de su hermano, un neoyorquino tan interesado en convertirse en granjero como en conquistar a la hermosa Rosemary. Pero esta ha estado enamorada de su vecino Anthony desde la más tierna infancia y persevera en su empeño de lograr casarse con él, dispuesta a vencer la indiferencia y la frialdad del joven.

El argumento es insulso y su desarrollo peor todavía. Todo es previsible y aburrido en unos personajes planos, con neurosis absurdas. Nada es creíble ni despierta el más mínimo interés del espectador. Es una comedia romántica no muy romántica, más bien patética. No obstante, la película consigue mantener la atención del espectador a lo largo de todo el metraje, porque la fotografía es bellísima y toda la cinta constituye una auténtica delicia de contemplación de los paisajes de la maravillosa Irlanda. Bajo el sol, bajo la lluvia o azotados por la tormenta, los esplendidos exteriores de la película son impresionantemente hermosos. Tanto como para compensar la vacuidad de una trama más floja a cada minuto que transcurre. Visualmente es una magnífica película, pero emocionalmente no ofrece nada.

A la belleza de los paisajes majestuosos, de un verdor deslumbrante, al pie de las montañas Nephin del condado de Mayo de Irlanda –un lugar idílico donde todavía se habla la antigua lengua gaélica–, hay que añadir el buen trabajo de los actores: Emily Blunt y Jamie Dornan están muy acertados dando vida a Rosemary y Anthony; Christopher Walken, Tony Reilly en la película, está como siempre magnífico (No olvidemos que a lo largo de su carrera ha obtenido muy numerosos premios por su trabajo actoral, entre ellos un Oscar al mejor actor secundario). El resto del elenco, Jon Hamm como el sobrino Adam, Dearbhla Molloy y Don Wycherley como Aoife y Chris Muldoon, y los demás secundarios cumplen bien. Los extras que aparecen son gente local de la zona. Agradable resulta también oír a todos los personajes cantar ‘Wild Mountain Thyme’, la típica canción irlandesa que da el título original a la película.

La trama argumental es muy floja, pero la película constituye un auténtico deleite para la vista y por momentos también para el oído.

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