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Wish: El poder de los deseos

Crítica

Público recomendado: Todos

 

 

De los creadores de Frozen, nos llega una propuesta navideña sin Navidad, es decir, sin ninguna referencia  cristiana. Aun así, la apuesta de Disney para estos días tiene cierta consistencia e incluso podría ser mirada como una interesante alegoría de la situación política de muchos lugares del planeta.  Por otro lado, presenta una trama con cierta profundidad filosófica, sobre todo en relación a la existencia de un deseo profundo del corazón, que nos define, que dice quiénes somos. Es bueno adelantar que el padre de la protagonista era filósofo. Vayamos por partes.

Asha es una joven que perdió a su padre de niña, y ahora desea ser aprendiz del Rey, un gran hechicero, que custodia los deseos de cada uno de los ciudadanos de Rosas: una isla creada por el Rey y la Reina buscando una Utopía (como diría Bacon o Tomás Moro). De repente, una noche Asha le pide a las estrellas un deseo, y a continuación, del Cielo baja una simpática estrellita, llamada Star, que lo cambiará todo.

Decíamos antes, una propuesta en Navidad sin Navidad. Vivimos en una época histórica en donde Cristo parece erradicado de la presencia social, más allá de que exista una estrategia para hacernos “olvidarlo”, es muy probable que la necesidad de Dios haya quedado sepultada bajo toneladas de ideologías. Eso no significa que la naturaleza humana no esté esperando la redención de Cristo. Por ello, pienso que sería inteligente mirar esta película (y muchas otras) no desde la queja o la sospecha (pues no aparece Dios), sino rastreando el punto de conexión con la revelación y doctrina cristiana. Como haríamos en una época postpascual si fuéramos a Grecia a anunciar al Resucitado.

El corazón del guion de esta película está en la frase “Devolver el poder a los deseos profundos del corazón”. Y al mismo tiempo, es el punto de encuentro que mencionábamos antes. La naturaleza humana lleva dentro de sí, unas exigencias (deseos) elementales que, por supuesto, nos definen. La exigencia de belleza, de verdad, justicia…. Anhelos profundos que claman por una respuesta. De alguna manera son deseos que forjan una Promesa. Y en la película que nos ocupa toma la forma de una estrella del cielo, que baja, precisamente, a decirnos que estamos hechos de polvo de estrellas. Más allá, de estar influida por una línea cientificista, es interesante cómo el deseo del corazón está puesto en el centro de toda la historia. Es bueno recordar también que toda la doctrina de la Iglesia se pliega ante el corazón humano. Como dice el Catecismo: “Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva […] pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).

Por supuesto, la película presenta rasgos propios de nuestra época: el empoderamiento de la mujer, la ausencia religiosa (ya comentada) y una explicación científica de la realidad. Interesante también la reflexión que se hace sobre el poder, sobre cómo los ciudadanos no deben depositar su esperanza en “los políticos” y “reyes” sino que deben responsabilizarse de su propia felicidad. Se podría sugerir alguna similitud con ciertos países de Latinoamérica, con España o con otros lugares del mundo a lo largo de la Historia. E incluso una cierta tendencia populista.

Al igual que en la saga de Frozen, la película apuesta por el musical que, aunque cuesta un poco en la primera parte, consigue atraparnos en una segunda parte más redonda y eficaz. Hermosas canciones que pretende ser también un pequeño homenaje a los 100 años del Aniversario de Disney. De ahí, la presencia de muchos personajes Disney en los títulos de crédito y de varias auto-referencias a lo largo del film.

En definitiva, una propuesta navideña sin referencia al portal de Belén, que sí que apunta con fuerza hacia el deseo del corazón; un deseo no solo emotivista o superficial sino un deseo que anhela, si se mira con ternura, el nacimiento de un Redentor. Aun así no es de las propuestas más redondas de Disney, pues cae en algunos tópicos que le restan trascendencia. Eso sí, los niños disfrutarán de la simpatía de una cabra que habla, de una gallina gigante o de una tierna estrella con poderes.

Carlos Aguilera Albesa

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