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Seminci’57: Una noche oscura y dramática de cine

 Entre el 20 y 27 de octubre tuvo lugar la 57ª edición de la Seminci de Valladolid. Como en todos los ámbitos del país -en la cultura en especial-, los recortes trajeron una reducción del presupuesto en un 40% respecto a la organizada hace cuatro años. Sin la parafernalia que suele rodear a los festivales y con menos invitados que en otras ocasiones, Javier Angulo y su equipo trataron de sacar jugo a los casi dos millones de euros con que contaba, para intentar que la Semana no perdiera la sustancia de cine de autor que le avala, para quedarse con un hueso… sabroso y apetecible, en palabras del propio director. Así pudieron degustarlo los 60.000 espectadores que en esos días acudieron a cada una de las secciones y ciclos organizados, y que vieron cómo la Seminci entregaba sus Espigas de Honor a la actriz Ángela Molina y al músico Alberto Iglesias. 

Todo comenzó con la última película de José Luis Cuerda, “Todo es silencio”, que inauguraba la Semana y que suponía una tremenda decepción por su acartonamiento y falta de ritmo narrativo. El narcotráfico gallego y una historia de amor frustrado eran la sustancia extraída de la novela de Manuel Rivas, pero en la escena todo sonaba a situaciones tópicas y personajes sin vida, más propicios para el bostezo que para la emoción. Tampoco la clausura convenció a la concurrencia, aunque  “The Words (El ladrón de palabras)”, opera prima de los estadounidenses Brian Klugman y Lee Sternthal, contenía algunas ideas interesantes sobre la relación entre realidad y ficción, sobre el lenguaje y la vida. Además, con ella pudimos disfrutar de la gran interpretación de Jeremy Irons como el anciano que destapa la gran mentira de un escritor de éxito que hace años le plagió su novela perdida y en la que volcaba su vida sentimental y creativa. 

Aparte de la película de inauguración, otros 16 trabajos competían por la Espiga de Oro… que finalmente se llevó la marroquí “Los caballos de Dios” de Nabil Ayouch, reconstrucción de las circunstancias que llevaron a dos hermanos a participar en los atentados suicidas del año 2003 en Casablanca. Con una ambientación realista y un retrato profundo de personajes, el espectador llega a comprender -que no a disculpar- a estos mártires que creen irracionalmente hacer la guerra contra el infiel mientras su corazón llora en silencio la falta de afecto familiar. Sin llegar a entusiasmar ni alcanzar la unanimidad -quizá la falta de una gran película sea el débito de esta edición-, la marroquí fue una digna vencedora y ejemplo del cine comprometido que gusta en la Seminci. Mayor consenso había obtenido la francesa “De óxido y hueso (De rouille et d’os)”, del francés Jacques Audiard y protagonizada por Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts, y que acabaría llevándose el Premio al mejor director y al mejor actor (Schoenaerts). Ciertamente su fuerza dramática era superior y la historia de amor entre una entrenadora de orcas que pierde las piernas y un boxeador inmaduro que vive para el sexo y desentendido de su hijo pequeño… llegaba mejor al público, y también es indudable que las adversidades y evolución de los personajes convencen en su adversidad, maduración y búsqueda de luz, pero Audiard se excede en su crudeza, en ocasiones cargando las tintas con menor contención y sutilidad de la requerida. 

Si Ayouch trataba la violencia surgida en Casablanca desde el fanatismo musulmán, el italiano Daniele Vicari hacía lo propio a partir a lo sucedido en Génova en el 2001, cuando una redada policial teñía de sangre la movilización pacifista que se había concentrado en la ciudad tras la cumbre del G8. En realidad, lo que podía ser una cinta en defensa de las libertades se queda en panfleto, porque “Diaz. Don’t clean up this blood” se abandona al exceso y a la manipulación maniquea, con estereotipos caricaturescos y un sesgo ideológico muy sospechoso. En definitiva, que respiramos denuncia y realismo para una puesta en escena poco verosímil y convincente, más allá de los golpes y humillaciones mostrados sin tapujos y sin conciencia crítica… aunque eso no fuese óbice para que el público le concediera su premio. No se terminaba la violencia, corrupción y abuso de poder con lo visto en las películas de Cuerda y Vicari, y México se convertía en nuevo escenario de lucha entre el grupo terrorista de los “tatuados”, unas autoridades cómplices y corruptas, y una población desfavorecida que se ve envuelta en la trata de blancas y otros atropellos… Ese era el panorama de muerte que Luis Mandoki nos dejaba con “La vida precoz y breve de Sabina Rivas”, desolador y amoral en su contenido, reiterativo y pesado en el aspecto narrativo, aunque Greisy Mena se llevara ex aequo el premio a la mejor actriz. 

Se esperaba con expectación lo que tres directores consagrados traían a la Semana (Deepa Mehta, Margarethe von Trotta y Goran Paskaljevic) y finalmente supo a poco… aunque arrancaron algunos momentos mágicos, y parte del público y crítica aplaudieron sus propuestas. Deepa Mehta concursaba con “Midnight’s Children (Hijos de la medianoche)”, adaptación de la novela de Salman Rushdi, donde se cuenta la historia entrelazada de dos niños de condición desigual y nacidos en la medianoche del 15 de agosto de 1947 -momento de la independencia de la India-; intercambiados en su cuna, vivirán sin conocer ese “robo” de vida y familia… al tiempo que unas guerras civiles dan origen a Pakistán y Bangladesh y un sinfín de enredos familiares amenazan con la tragedia. La cuidada factura y excelente fotografía (reconocida con el galardón), la simbiosis entre intrahistoria e Historia o entre lo realista y lo mágico, hacen que esta historia de perdón y búsqueda de identidad se vea con gusto, aunque no estaría de más que se redujera el metraje y se moderase su ambición al tocar demasiados temas. Si hablamos de robos, Bélgica y Patrice Toye presentaban en “Pequeñas arañas negras (Little black spiders)” a un grupo de adolescentes embarazadas que llegaban a un centro de acogida regentado por monjas, y cuyos bebés serían dados o vendidos en adopción al nacer… Aparte del mensaje tendencioso y de lo reiterativo de los símbolos anticatólicos, falta mesura y sobran estereotipos maninqueos (jóvenes ingenuas y desgraciadas, monjas reprimidas y envaradas, familias acomodadas e hipócritas…), además de caer en un exceso melodramático (con música subrayada que intensifica los afectos) y en una nada velada explotación del sentimiento de soledad. 

Margarethe von Trotta era otra de las figuras esperadas. Llegaba con “Hannah Arendt”, drama en torno a la figura de la filósofa judío-alemana que asistió al juicio del nazi Adolf Eichmann para escribir después acerca de su inhabilitación como sujeto moral que pudiera ser juzgado… por haber actuado sin pensar, sin ser humano, opinión que desencadenaría las iras de la opinión pública y su aislamiento de la comunidad científica. Sin duda, resultan muy interesantes sus reflexiones en torno a la naturaleza del mal y también es admirable la interiorizada interpretación de Barbara Sukova, aunque la sobredosis discursiva y filosófica la convierten en una película algo pesada y difícil; al final, el Jurado valoró su apuesta y la premió con la Espiga de Plata. Alemania también estuvo presente con “Barbara” (su representante en los próximos Oscar), de Christian Petzold, historia de una doctora retenida en la República Democrática y vigilada en el hospital rural al que es desplazada. Tras su apariencia distante y despreocupada, el espectador vislumbra unos deseos de fuga y libertad que deberán ser puestos a prueba al surgir relaciones muy humanas con algunos pacientes y con el personal del hospital. Conseguida la ambientación y el clima de sospecha y desconfianza, brilla la protagonista Nina Hoss al saber dar a su personaje una evolución convincente y hacer brotar en ella sutiles destellos de humanidad y de sentimiento contenido. 

Sólo Bergman y Goran Paskaljevic tienen hasta la fecha tres Espigas, por lo que la presencia del serbio había generado cierta expectación de cara al palmarés. Su “Al nacer el día (Kad Svane Dan)” es la historia de un profesor de música retirado que descubre sus orígenes judíos cuando le entregan unos documentos que sus padres habían enterrado en el campo de concentración de Belgrado en donde murieron. Es la recuperación de la memoria y de la identidad que llega a través de una música que une a culturas y de una mirada triste a la muerte, la vejez y la soledad… y donde Mustafa Nadarevic borda el papel de Misha. Con alguna que otra concesión emocional que parte de la crítica le recriminó, este “reencuentro familiar” de Paskaljevic no fue la única aproximación a la temática nazi, puesto que antes habíamos visto “Lore”, firmada por la australiana Cate Shortland (co-producción con germanos y británicos) y ambientada en la Alemania de 1945, cuando concluye la guerra y los aliados ocupan el país. Los padres de Lore han sido detenidos para ser juzgados por pertenecer a las SS, y la joven debe llevar a sus cuatro hermanos pequeños al norte, a casa de su abuela. Será un viaje dificil, sin papeles y sin comida, y también una dura experiencia al sufrir en sus propias carnes las consecuencias del actuar de sus padres… algo que le hará madurar definitivamente. De manera realista, Lore encarna las contradicciones de un régimen que ha vivido de prejuicios y falsedades, de autoritarismos y miedos a lo que hay fuera del entorno. Es Saskia Rosendahl quien, con un gran trabajo, transmite esa desconfianza e incertidumbre ante el futuro, también en su relación con el enigmático Thomas, joven judío que se cruza en su camino y que se presta a ayudarles… y al que no sabe si odiar o amar. Lo interesante de la cinta está en saber introducirse en la cabeza de una protagonista que se debate entre la formación recibida y lo que su corazon le dice, en no quedarse en la crudeza de los hechos -expuestos con relativa contención- y en saber mantener toda la fuerza de la historia a lo larfo del metraje. Quizá por ello, Cate Shortland se llevó el Premio Pilar Miró concedido al mejor director novel. 

“Ginger & Rosa” era el drama adolescente que nos ofrecía Sally Potter, con dos chicas nacidas el mismo día y amigas inseparables… hasta que la crisis de los misiles y otras de tipo más doméstico y sentimental aparecen en sus vidas, y cada una toma un derrotero distinto pero manteniéndose en oposición a normas y autoridades establecidas. Con fuerza y dinamismo, destaca la interpretación de Elle Fanning como pacifista concienciada, capaz de enfrentarse al mundo desde su idealismo juvienil. También con mucha frescura y una luminosidad que no hemos descubierto en ninguna otra cinta de la Seminci, “Amor y letras (Liberal Arts)” es la comedia romántica independiente que llegaba con el sello Sundance, y que iba directa al corazón del espectador sin llegar a empalagar. Realizada e interpretada por Josh Radnor, estamos ante una historia de amor entre un treintañero en crisis y una universitaria encantadora, ambos necesitados de superar los problemas que la edad impone a los afectos, y siempre con la madurez e insatisfacción como telón de fondo. No es el estilo de película que la Seminci premia, pero el público disfrutó con su fino humor y su tono positivo y esperanzador, con sus momentos de emoción y con el trabajo de Elizabeth Olsen. 

La mirada más cinéfila y purista valoró “La lapidation de Saint Étienne” del catalán Pere Vilà Barceló, y la ecologista “La quinta estación” de Peter Bronsens y Jessica Woodwort… premiadas por la Juventud y por la FIPRESCI. Ambas cintas exigen un espectador activo y sin prisas, reflexivo y dispuesto a racionalizar las metáforas que plantea, por lo que en más de uno provocaron tedio y aburrimiento… aunque no se les puede negar a estas cintas su valentía para mirar de frente a la muerte y a la soledad de un anciano de carácter agriado y encerrado en su casa; o lo sugerente (y críptico) de una hipotética situación en que nunca llegase la primavera a un pueblo de las Ardenas en el que -a la par que la Naturaleza- comienzan a alterarse las relaciones entre los vecinos. Menor respaldo y mayor perplejidad cosechó la rumana “Undeva la Palilula (En algún lugar de Palilula)”, en la que su director Silviu Purcarete respira un humor surrealista -y localista- con el que es difícil sintonizar… para contarnos la llegada de un médico a una localidad donde todo es absurdo, donde los enfermos están más sanos que un roble, y donde todo lo ordinario es extraordinario. Tampoco Mika Kaurismäki acaparó muchos elogios con su “Rumbo al norte”, reencuentro de padre e hijo tras toda una vida sin hablarse… en un viaje en el que abunda humor nórdico y mucho diálogo, sólo oxigenado con preciosas canciones. 

Al margen de la Sección Oficial, de Punto de Encuentro y de Tiempo de Historia -las tres competitivas-, era el año de México y de la India… y por eso tuvieron su propia retrospectiva: Cine mexicano entre dos siglos, reflejos de una evolución y El otro cine de Bollywood fueron los ciclos que permitieron ver una treintena de películas de los últimos años, algunas de difícil distribución en nuestro país. Completaban la oferta de cine los habituales ciclos Spanish Cinema con lo mejor del cine español visto en el último año, una selección de cortometrajes de los alumnos de la ECAM y una serie de títulos vinculados a Castilla y León. Además, dos clases magistrales -y seguidas con mucho interés- a cargo del director vasco Enrique Urbizu y del mencionado Alberto Iglesias. 

Con lo dicho, esta Seminci se cerraba con la sensación de haber pasado una larga y oscura noche en la sala de cine, de haber asistido a un excesivo plantel de drama y pesimismo existencial, ciertamente con un puñado de propuestas interesantes y de calidad, pero sin que ninguna pueda calificarse de obra maestra ni suponga ningún descubrimiento. La 57ª edición había aprobado la asignatura de un año de crisis y recortes, y se imponía ya el reto de ver la luz el año que viene… en una Semana en que Marruecos será el país invitado, según anunció Javier Angulo. 

Julio Rodríguez Chico

www.miradadeulises.com

 

 

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