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Series TV – Hijos de la Anarquía: puro entretenimiento en cucharadas de violencia pulp

Hijos de la Anarquía va ya a por su sexta temporada. Sorprende que una teleserie que hace no muchos años hubiese sido tachada de radicalmente violenta hoy sirva de entretenimiento a tantos y tan jóvenes. Presos que se cortan la lengua en directo mordiéndosela contra una mesa, sesos desparramados por las paredes tras impolutos disparos con silenciador, ejecucuciones por ignición de chicas ante la mirada impotente y desconsolada del propio padre, cráneos reventados con tuberías en palizas organizadas en celdas inmundas de la prisión de Stockton, venganzas a troche y moche como la gran lógica de la vida, cabezas cortadas y enviadas en mochilas como mensajes por los cárteles de la droga, torturadores profesionales del IRA auténtico que desgarran lentamente los músculos abdominales buscando una confesión bajo la atónita mirada del espectador, organizaciones católicas que trafican con recién nacidos, curas asesores de los terroristas del IRA…  El guionista, Kurt Sutter, creador de la ya clásica The Shield, interpreta en esta ocasión a Otto “Big Otto” Delaney, un personaje secundario psicopático, casado con una actriz porno que se convierte en el brazo armado de la banda en la cárcel y que ejecuta a quien se tercie de los modos más creativos. Un papel que le va como anillo al dedo al creador de este serial de gángsters moteros con chupa de cuero y pintas de rockeros díscolos de los noventa. Él mismo lo ha declarado: Hijos de la Anarquía no es más que una sangrienta ficción pulp orientada al entretenimiento. No hay que buscarle más misterios.

Pero la violencia que vemos no es sólo física. Como se suele decir, es también simbólica. El club es como un agujero negro de criminalidad que devora a todo aquél que se acerca o entra en relación con él. Su fuerza de atracción, tanto para los personajes que en principio vivían cerca al candor de la ley, como para los espectadores, es en muchas ocasiones irresistible.

La mujer de Sutter en la vida real, Katey Sagal, interpreta a Gemma Teller, un cruce entre la Angela Channing y la Melissa Agretti (recordad: interpretada por Ana Alicia) de Falcon Crest, con cierto toques de poligonera entrada en años. Está especialmente obsesionada por su arácnida concepción de la familia y su devoción por el club de motos que siempre dirigen los hombres de su vida. No en vano todos sus integrantes la llaman la madre. La gran madre que es todo corazón, aunque un corazón defectuoso, con una tara de familia que se vislumbra en la obsesiva cicatriz de su siempre evidente escote. Algo que pasa de padres a hijos, está claro.

También tenemos a Jax, el hijo de Gemma. Un guaperas con más pinta de surfista molón de pantalones caídos que de criminal capaz de lo más rastrero. Alguien que tiene como divisa permanente dejar el club del que comienza siendo Vicepresidente, acompañando a su padrastro, Clay Morrow, el Presidente,  interpretado por el que fue Salvatore, el mítico monje asqueroso de El nombre de la Rosa.  Jax empieza siendo alguien que quiere cumplir el sueño de su padre, John Teller, una figura casi legendaria llena de secretos que buscaba una vida más auténtica fuera del tráfico de armas y otras bajezas de las que se alimentan los hijos de la anarquía. Jax es alguien que cada vez se acerca más a aquello que él mismo nunca hubiese deseado ser, según una especie de inercia trágica que le lleva a convertirse en un malvado que los de maquillaje y vestuario se han tenido que esforzar en sacar de Charlie Hunnam, que de entrada parece un crío que no tiene ni media torta.

Pero es que además está la novia/mujer de Jax, Tara, que empieza siendo una cirujana que cuando niña estuvo enamorada del niño Teller y que progresivamente va a caer de nuevo en sus redes, para convertirse no solo en su chica, competencia directa de la madre edípica que es Gemma, sino también en una mujer curvilínea, repleta de recodos inesperados, y en la médico oficial del club, especialista en la extirpación de balas y en remiendos varios para las carnes de los maltratados motoristas, siempre al margen de los hospitales.

Todo bien mezclado con multitud de personajes: pajilleros convulsivos a los que la mafia china amputa los dedos para que dejen de masturbarse (algo que después Gemma Teller soluciona comprándole una manos de plástico en e-bay), actrices pornos que se casan con motoristas y mantienen su currete, escorts de lujo con mucha retranca, proxenetas con el aspecto del Víctor Cifuentes de La ley de los Ángeles aunque con el cuerpo completamente tatuado, sheriffs cancerosos que siempre se están muriendo y que siempre velan por el pueblo de Charming y su club de moteros tanto desde la legalidad como desde la ilegalidad, desde su bálsamo de quimioterapia que lo hace prácticamente infinito, malos y malas, muy malos y muy malas, que se suceden en escena intentando ser más malos y más listos que los del club, siempre en la brecha, madres yonquis rehabilitadas reconvertidas al lesbianismo que se transforman en el modelo de mujer guapetona y realizada, etc.

Toda la turbamulta circula por esta serie de tramas y sub-tramas complicadas, laberínticas e inanticipables. El entretenimiento que procura está tejido de sobresaltos, y, a medida que pasan las temporadas y los episodios, a pesar de que se conserva intacta la capacidad de impresionar de las soap-opera, cada vez se aleja más de lo que le resulta interesante a alguien que busca en las teleseries algo más que caña al mono que es de goma.

Jorge Martínez Lucena

 

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