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Stranger Things (temporadas 2 y 3)

Este verano se ha estrenado la tercera temporada de esta serie ideada por los hermanos mellizos Matt y Ross Duffer y distribuida por Netflix. Se anuncian una o dos temporadas más y poco a poco estas se van alejando sucesivamente del interesante hallazgo que fue la primera de ellas, estrenada en 2016.

En cierto modo esta serie nace más como un producto de mitomanía cinéfila que como un argumento cautivador, como sugirió Víctor Alvarado en la crítica de la primera temporada en esta web. Sus creadores vieron la luz en 1984, es decir no vivieron como adolescentes los ochenta ni asistieron a los estrenos de las películas de las que bebe la serie, y que cita pormenorizadamente Víctor Alvarado. Las han conocido cuando ya se había generado en torno a ellas el halo mitificador de “el cine de los ochenta”. Y Stranger Things se puede entender como un homenaje a esa galaxia de directores y escritores que llenaron de fantasía las retinas y la imaginación de los jóvenes nacidos entre los sesenta y los setenta. Spielberg, Zemeckis, Romero,… coronaban en cine una literatura juvenil que había empezado años antes con las series de novelas de aventuras de Los cinco o Los siete secretos (ambas de Enid Blyton) y que había continuado en los setenta con Alfred Hitchcock y los tres investigadores, saga literaria creada por Robert Arthur. El broche lo ponía Stephen King que ya no escribía para adolescentes sino para un público más adulto y exigente. Los jóvenes de los ochenta aún tenían en su memoria la carrera espacial, la fascinación por el misterio de la vida inteligente posible en otros mundos, y muchos habían leído a R. Bradbury o a H.P. Lovecraft y habían visto en el cine 2001, una odisea del espacio y Alien -por cierto que no son casuales sus similitudes con los monstruos de este film-. Además habían oído hablar de la Guerra Fría desde pequeños, y habían disfrutado en el cine de la peripecia juvenil Amanecer rojo, de John Milius sobre un ataque soviético. Los que disfrutamos de la serie del jefe de policía McCloud o del comisario McMillan (que finalizaron sus emisiones en 1977) no podemos no encontrar semejanzas con el bigotudo policía Jim Hopper, el jefe de policía de Hawkins de Stranger Things.

Lo cierto es que los hermanos Duffer captaron admirablemente algunas esencias del cine juvenil de aquellos años, sus atmósferas, sus músicas y estéticas, sus valores, su antropología… y las plasmaron brillantemente en la primera temporada. Incluso la estética de la cabecera de la serie recordaba a Cuentos asombrosos de Spielberg y productos televisivos similares. La segunda ya era menos ochentera, con más referentes al cine de género actual. Y la tercera tiene concesiones al gore hiperrealista y al cine de acción reciente, guiños a la ideología de género y temas como la familia y la imaginación casi desaparecen o se tornan más posmodernos.

Así pues, nuestra tesis es que esta serie va a menos porque ha ido abandonado su carácter retro y se ha ido desvirtuando su fisonomía, su identidad, quedando en ocasiones a medio camino de ningún sitio y cada vez con más concesiones al cine mainstrem contemporáneo. Aun así se han conservado algunos elementos indudablemente enraizados en el universo ochentero. Por ejemplo, la pandilla “multiedades”, que tiene un núcleo fuertemente unido por una lealtad indestructible y a la que se van adhiriendo nuevos compañeros de viaje, mayores y pequeños, a menudo con lazos familiares. Pero detrás de estos chavales hay a menudo una carencia de figuras parentales satisfactorias, y esto es tremendamente spielbergiano. O no hay padre, o es un padre ausente o distante. Y las madres tampoco son una referencia muy convincente. En el caso de Spielberg la razón era biográfica, pero en general en esos años ya se empiezan a extenderse las familias disfuncionales. Por ejemplo, Eleven es un personaje muy spielbergiano, sin familia, que crece sin conocer el mundo de los sentimientos, utilizada por un científico que hace de mal padre. Otro elemento reconocible en la pandilla es su frikismo. Cada chaval tiene su rareza que se convertirá en su virtud en momentos de peligro. Dustin es el caso más emblemático, de mente científica y talante estable y positivo.

Si este planteamiento se confirma, las siguientes temporadas ofrecerán argumentos de género al uso, con concesiones crecientes a la galería, con más violencia y acción, con relaciones sentimentales más posmodernas,… y con mucho menos magia que la primera entrega. Ya veremos.

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